EL DÍA QUE DURA AÑOS Por Laura Salazar

En el 2009, en mis días como moderadora de TV, tuve la oportunidad de entrevistar al mago y director del CIRCO TIHANY ESPECTACULAR, Richard Massone. Maracaibo disfrutó su función y yo recibí una valiosa lección de alguien que sabe mucho del show de la vida.

 

Más allá de las preguntas alusivas al espectáculo, le hice una a Massone cuya respuesta (aunque lo hiciera con otra pregunta) sigue haciéndome reflexionar. Le dije: “¿No se cansa Ud. de la vida en un circo, viajando de un lugar a otro sin parar, dando la misma función una y otra vez? Entonces me replicó: “¿Y Ud., no se cansa de estar siempre en el mismo lugar, haciendo lo mismo todos los días y rodeada de las mismas personas?”

 

Cuestión de puntos de vista, sin duda, pero aún así dije “Touché”, para mis adentros. Aquellas palabras hicieron que, en segundos, pasara por mi mente la película de mi vida, bajo la mirada profunda y benévola de mi entrevistado.

 

Massone tenía razón. Buena parte de mi historia había sido filmada “en el mismo lugar y con la misma gente”, como cantaba el finado Juan Gabriel. Entonces pensé que millones de personas somos como un hámster de laboratorio que se entretiene corriendo dentro de la rueda dispuesta en su jaula, alcanzando, en algunos casos, el equivalente a 9 kilómetros en tan solo una noche. Los roedores, igual que los humanos, tienen una gran necesidad de actividad y esa rueda, además de mantenerlos en forma, la provee de forma muy conveniente al hacer que el hámster se sienta libre porque puede correr hasta el cansancio, aunque en realidad jamás salga de su jaula.

 

A diferencia del animal, los seres humanos vivimos bajo el yugo de la conciencia. Esta nos revela, desde que nacemos, que estamos encerrados en la jaula de la existencia. Durante los años que nos toque vivir, nuestro único entretenimiento consiste en hacer girar, una y otra vez, la Rueda de la Fortuna de nuestro día a día, repleto de buenos y malos momentos. Somos esclavos de la rutina desde que nos levantamos hasta que nos acostamos,  al punto que, si lo pensamos detenidamente, no hacemos más que repetir el mismo día durante muchos años. A propósito de esto, una vez leí la historia de un oso en cautiverio (algo que me desgarró el corazón, porque soy defensora y amante de los animales) cuyo único hábitat conocido era la jaula circular que lo rodeaba. Tanto se había acostumbrado a dar vueltas alrededor de esta que, un día, la levantaron pero el animal, en vez de escapar, siguió dando vueltas como si la jaula estuviera allí.  Otro caso emblemático de la vida del circo es el elefante (que no comparto, por cierto). Desde pequeño, encadenan una de sus patas a un árbol. Al principio, lógicamente, se resiste y trata de soltarse; pero dado que sus esfuerzos son inútiles, al final se cansa y resigna a vivir limitado en sus movimientos. Paradójicamente, justo cuando se ha convertido en un adulto poderoso e indetenible si llegara a rebelarse, irrisoriamente vive encadenado a una simple estaca, porque en su memoria quedó grabada para siempre la impotencia de sus primeros años y sigue sintiéndose atado a algo de lo que “jamás” podrá librarse.21

 

El oso y el elefante tienen algo en común: No se rebelan porque no pueden extrañar lo que nunca han conocido. Si llevamos estos ejemplos al “Gran Teatro del Mundo” -magistral definición de la vida humana según Calderón de la Barca, en el siglo XVI-, vivimos regidos por una intransigente directora llamada “Sociedad” que nos colma de numerosas reglas para “encajar” y ser premiados o castigados en función de nuestra obediencia. Tal es nuestra jaula o estaca cotidiana, pero preferimos llamarla “vida propia” porque es más fácil vivir con los ojos cerrados. Nuestro día que dura años, suele comenzar a las 5:00 AM  con el despertador que nos lanza a la carrera de  vestirnos, preparar el desayuno, llevar al colegio a los niños; procurar llegar a tiempo al trabajo, almorzar rápidamente para retomar la faena; ir al gimnasio después de las 5:00 PM (si aún tenemos fuerzas), regresar a casa, cenar, tener sexo (con suerte), dormir y, a la mañana siguiente,  empezar de nuevo la misma historia. Claro, en muchos casos (sobre todo llegada la crisis de los 40), algunas personas se cansan de ser vividos, haciendo siempre lo mismo y deciden proclamar su independencia en medio de efervescentes situaciones personales y profesionales. Pero lo tragicómico del caso es que, una vez quemados los puentes, no siempre saben qué hacer con esa libertad recién conquistada. Algunos, tristemente, vuelven a buscar otra jaula si en la anterior no los reciben porque, ante lo desconocido, preferimos volver a lo seguro.

 

Aclaro que la razón de ser de estas líneas no debe entenderse como una crítica hacia quienes viven absortos en su mismo día durante muchos años. Sé por experiencia que mucha gente vive feliz así y no soy quien para perturbar su rutina. Sin embargo, sí me dirijo a quienes  ya se dieron cuenta de que sólo han estado haciendo girar la rueda de su jaula y –como hiciera Massone conmigo- despertaron del sueño de quien cree haber llegado muy lejos cuando, en realidad, sigue en el mismo sitio, a veces haciendo ricos a otros a costa del propio talento. A esos intrépidos lectores, llamados a cambiar el mundo, les digo: El momento más feliz de tu vida ocurre cuando reúnes el valor para ser tú mismo. Gánate el respeto de los demás sacudiéndote el yugo del qué dirán; deja que otros se detengan, preocupados, a juzgarte mientras tú te ocupas de vivir realmente, avanzando hacia la única meta que importa: Interpretar tu papel en el Gran Teatro del Mundo, antes que baje el telón.

 

Laura Salazar

Periodista

@laurasalazaru